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6. SOBRE LA LEY
SOBRE LAS CUATRO LEYES
La Iglesia ha desarrollado la doctrina de las cuatro leyes, que indican en qué orden está edificada la vida en nuestro mundo. Estas leyes son: primero, la ley natural; segundo, la ley de la concupiscencia; tercero, la ley de la antigua alianza con Moisés; y cuarto, la ley de la nueva alianza con Jesucristo[…].
En primer lugar hay que precisar que estas leyes no están al mismo nivel. La ley natural dice que la propia naturaleza contiene un mensaje moral. El contenido intelectual de la creación no es sólo matemático-mecánico. Ésta es la dimensión que eleva las ciencias naturales a leyes naturales. Pero hay más inteligencia, más «leyes naturales» en la creación. Ésta lleva en su seno un orden interno y nos lo revela. A partir de ella podemos leer los pensamientos de Dios y la forma correcta en que debemos vivir.
Segundo punto: la ley de la concupiscencia quiere decir que el mensaje de la creación está oscurecido. A él se opone una especie de dirección contraria existente en el mundo a través del pecado. Expresa el hecho de que el ser humano, como suele decirse, da coces contra el aguijón. […].
Tercer punto: la ley dela antigua alianza. También esta ley alberga un rico significado. El núcleo son los diez mandamientos del Sinaí. […].
Pablo considera a Jesucristo el que nos libra definitivamente de la ley a través de la libertad de la fe y del amor. No obstante, santo Tomás de Aquino,refiriéndose a las palabras de san Pablo, habló también de una ley, la ley de Cristo, que sin embargo es de muy distinta naturaleza. Tomás dice que la nueva ley, la ley de Cristo, es el Espíritu Santo, es decir, una fuerza que nos impulsa desde dentro, que no nos ha sido impuesta desde fuera.
[…]. Cristo no viene a derogar las leyes. Ni a declararlas inválidas o carentes de sentido. Tampoco san Pablo, aunque algunos crean encontrar en las posiciones paulinas una tensión con la palabra de Jesús transmitida por Mateo.Él dice que la antigua ley tiene una importancia pedagógica esencial hasta en sus menores detalles. Cristo viene para cumplirla. Pero esto significa también elevar la ley a un nivel superior. Él la cumple con su padecimiento, con su vida,con su mensaje. […].
[…]. Cuando se le preguntaba [a Cristo]: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?», respondía lo siguiente: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el primer mandamiento y el más importante. El segundo es semejante a este: «Amarás al prójimo como a ti mismo»». […].
Esta es, de hecho, la gran ruptura, la gran síntesis que trajo Jesús. Desde los distintos ángulos y detalles mira el conjunto y nos dice: este doble mandamiento abarca realmente todo. Dios y el prójimo, eso es inseparable.Jesús realizó con ello una enorme simplificación que, al mismo tiempo, no supone un menoscabo o banalización, sino una esencialización. […].
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
En el desierto del Sinaí, Moisés trazó una frontera alrededor del monte Horeb. Nadie debía cruzarla, excepto él. Al tercer día empezó a tronar y relampaguear,densos nubarrones cubrieron la montaña, sonaron trompetas. Toda la montaña humeaba, ardía y temblaba, y sólo Moisés subió a la cima para recibir de Dioslos diez mandamientos, la ley divina.Hasta aquí, el mito. Los diez mandamientos denotan para la Iglesia la preocupación de Dios por los hombres, deben señalarles el camino hacia una vida buena. Pero en primer lugar: ¿estas leyes fueron entregadas realmente por
Dios a Moisés en el monte Sinaí? ¿En forma de tablas de piedra,según se dice, «escritas por el dedo de Dios»?
[…]. En este relato se recurre a un lenguaje indudablemente simbólico. Este lenguaje expresa cosas que sólo se pueden describir con mucha dificultad. Que esos mensajes se nos comuniquen a través de visiones simbólicas no significa que se trate de sueños, de leyendas o incluso de cuentos.
Aquí tenemos una imagen que remite a un suceso verídico, a la auténtica irrupción de Dios en la historia, a un encuentro real entre Dios y ese pueblo -y a través de éste con la humanidad-.
[…]. El primer mandamiento: «Yo soy el Señor, tu Dios. No tendrás otros dioses además de mí». […].
Hoy no existen dioses explícitamente declarados como tales, pero sí poderes ante los que los seres humanos se inclinan. El capital, por ejemplo, es uno de ellos, y la propiedad en general. O el afán de notoriedad, por poner otro ejemplo. En muchos aspectos, el becerro de oro es de palpitante actualidad en nuestro mundo occidental. El peligro simplemente está ahí.
Pero aún hay más. El semblante de uno de los dioses se desdibuja cada vez con mayor frecuencia. Esto sucede cuando se dice, bueno, en el fondo todos los dioses se refieren al mismo Dios. Es que cada cultura tiene su especial forma de expresión, y ya no importa mucho si se considera a Dios persona o no, si se le llama Júpiter, Shiva o de cualquier otra manera. Y cada vez es más evidente que ya no se toma en serio a Dios. Que la gente se ha alejado de Él para entregarse a espejismos en los que sólo se ve a sí misma.Lo vemos: en el momento en que el ser humano deja a Dios de lado, las tentaciones de la idolatría son enormes. En ese instante, nuestro mayor peligro es considerar a Dios superfluo. Está tan lejos, se dice, y adorarlo aparentemente tampoco aporta nada. Pero estamos olvidando que si arrancamos el pilar maestro sobre el que se asienta el ordenamiento de la vida humana, la persona irá desintegrándose paulatinamente.
El segundo mandamiento: «No tomarás el nombre de Dios en vano». Uno se pregunta: si Dios es tan grande, ¿por qué no está por encima de mis pequeños ultrajes, de las infracciones de un diminuto gusano terrenal?
No se trata de que podamos hacer algo a Dios y Él necesite vengarse por ello.Se trata de que mantengamos el equilibrio correcto. En el momento en que profanamos a Dios, desfiguramos su rostro y lo hacemos tan inaccesible que ya no brilla, del mismo modo que tampoco brilla ya el ser humano. […].
[…].
El tercer mandamiento: «Santificarás las fiestas».
[…]. Ya hemos dicho que en la mañana de la resurrección de Cristo el Sabbath adquiere una forma nueva. Esa mañana en la que el resucitado se presenta ante los suyos, en la que nos reunimos con Él, en la que Él nos invita a su casa, simboliza el día de la adoración y del encuentro con Dios, en el que Él viene a visitarnos y nosotros podemos visitarle.
El cuarto mandamiento: «Honrarás a tu padre y a tu madre, para que vivaslargos años sobre la tierra». Llama la atención que este mandamiento es el único que lleva aparejada una promesa. Jesús acentúa una y otra vez su importancia. […].
Este mandamiento es de hecho la Carta Magna de la familia. Aquí se establece un orden fundamental. La célula esencial de la sociabilidad y de la sociedad,nos dice, es la familia, son los padres y los hijos. Y sólo dentro de ese orden fundamental pueden ejercitarse las virtudes humanas esenciales. Sólo en su seno crece la relación adecuada entre los sexos y entre las generaciones.
El mandamiento contiene, por una parte, la tarea de la educación. Significa introducir al otro correctamente en su libertad, de forma que aprenda sus leyes internas, que aprenda a ser persona. Aquí, la obediencia está al servicio de este entrenamiento en la propia libertad. Y, viceversa, exige lógicamente a los hijos aceptar dicha educación.Pero el cuarto mandamiento incluye también un capítulo silencioso sobre el trato a las personas ancianas, que ya no son útiles, que han perdido el poder.Se concede gran valor a honrar a los padres ancianos. No deberíamos guiarnos por criterios de utilidad, sino honrar siempre en los ancianos a las personas que me han dado la vida. En ellos también puedo honrar la dignidad del ser humano, justo cuando éste ya no se puede valer. Ese respeto fundamental, inherente a la persona, es un aspecto muy importante de este mandamiento. En él radican asimismo las condiciones de mi propio futuro, que más tarde me permitirán iniciar mi vejez con confianza.
El quinto mandamiento: «No matarás». Casi nadie discute el sentido de este mandamiento. Lo único raro es que se vulnere tan continuamente.
No hay duda de que en el ser humano existe una evidencia primigenia de que no puede matar a otro. Incluso si he olvidado que cualquier individuo depende únicamente de Dios, sé al menos que tiene derecho a la vida, un derecho humano, y que dejo de ser persona si mato a uno de mis semejantes.
Pero en casos límite esta consideración se torna, como vemos, cada vez más confusa. Esto es aplicable sobre todo al comienzo de la existencia, donde la vida aún está indefensa y es manipulable. Surge entonces la tentación de actuar atendiendo a consideraciones pragmáticas. Se quiere escoger a quién se va a dejar sobrevivir y a quién no por interponerse en el camino de la propia libertad y autorrealización. Cuando el ser humano no existe aún en su forma externa, la conciencia de este mandamiento no tarda en extinguirse.Lo mismo cabe decir del final de la vida. Ahora se considera al enfermo, al que padece, una carga, y uno se convence de que la muerte es lo mejor para él. De aquí surge el pretexto de enviarlo al otro mundo antes de que se vuelva demasiado «pesado», si se me permite la expresión.
Y a partir de aquí, poco a poco se va yendo más lejos. Hoy vuelven a aparecer ideas sobre la cría de seres humanos, […]. Se plantea la cuestión de si los seres humanos que ya no tienen conciencia ni pueden cumplir función social alguna pueden ser considerados en realidad personas.
[…].
El sexto mandamiento: «No cometerás actos impuros». […].
El texto original de este mandamiento dice en el Antiguo Testamento: «No cometerás adulterio» (Éxodo 20:14; Deuteronomio 5: 18). […]. El significado específico de este mandamiento es la inviolabilidad de la relación de fidelidad entre hombre y mujer, que no sólo vela por el futuro de las personas, sino que también integra la sexualidad en la totalidad del ser humano, confiriéndole así su dignidad y grandeza.He aquí el núcleo de este mandamiento. No hay que situarlo en un contacto incidental, sino dentro del contexto del sí mutuo de dos personas, que al mismo tiempo dicen sí a los hijos; es decir, el matrimonio es la auténtica sede en la que la sexualidad adquiere su grandeza y dignidad humanas. Sólo en él se vuelve sensual el espíritu, y los sentidos, espirituales. En él se cumple lo que hemos definido como la esencia de la persona. Ejerce la función de puente, deque los dos extremos de la creación entren uno dentro de otro, entregándose mutuamente su dignidad y su grandeza.
Cuando se dice que la sede de la sexualidad es el matrimonio, implica un vínculo amoroso y de fidelidad que incluye la mutua asistencia y disposición para el futuro, es decir, que está ordenado pensando en la humanidad en conjunto, y, lógicamente, implica que sólo en el matrimonio encuentra la sexualidad su auténtica dignidad y humanización.
Indudablemente el poder del instinto, sobre todo en un mundo caracterizado por el erotismo, es formidable, de manera que la vinculación a ese lugar primigenio de fidelidad y amor se torna ya casi incomprensible. La sexualidad se ha convertido hace mucho en una mercancía a gran escala que se puede comprar. Pero también es evidente que con ello se ha deshumanizado, y supone, además, abusar de la persona de la que obtengo sexo considerándola una mera mercancía, sin respetarla como ser humano. Las personas que se convierten a sí mismas en mercancía o son obligadas a ello, quedan arruinadas en toda regla. Con el paso del tiempo, el mercado de la sexualidad ha generado incluso un nuevo mercado de esclavos. Dicho de otra manera: en el momento en que no vinculo la sexualidad a una libertad autovinculante de mutua responsabilidad, que no la enlazo con la totalidad del ser, surge, por fuerza, la lógica comercialización de la persona.
Volvamos al núcleo del mandamiento.Recoge el siguiente mensaje de la creación: «hombre y mujer han sido creados para ser compañeros. Dejarán padre y madre y se convertirán en una sola carne», leemos en el Génesis. Ahora, desde una óptica puramente biológica,cabría afirmar que la naturaleza ha inventado la sexualidad para conservar la especie. Pero esto que hallamos en un principio como puro producto de la naturaleza, como mera realidad biológica, adquiere forma humana en la comunidad de hombre y mujer. Es una manera de abrirse una persona a la otra. No sólo de desarrollar unión y fidelidad, sino de crear conjuntamente el espacio en el que crezca el ser humano desde la concepción. En este ámbito,sobre todo, surge la correcta unión del ser humano. Lo que primero es una ley biológica, un truco de la naturaleza (si queremos expresarlo así), adquiere una forma humana que propicia la fidelidad y el vínculo amoroso entre hombre y Mujer, y que a su vez posibilita la familia.He aquí la esencia del mandamiento que nos habla desde la creación. Cuanto más profundamente se vive y se piensa, más claro parece que otras formas de sexualidad no alcanzan la verdadera altura del destino humano. No responden a lo que quiere y debe ser la sexualidad humanizada.
[…] Ciertamente el sexto mandamiento conlleva el mensaje de la naturaleza misma. La naturaleza regula la existencia de dos sexos para que se conserve la especie, y esto es especialmente aplicable a seres vivientes que cuando salen del seno materno no están en modo alguno preparados y precisan prolongados cuidados.
En efecto, el ser humano no huye del nido, sino que está siempre metido en él.Desde una óptica puramente biológica, la especie humana está hecha de modo que la ampliación del seno materno debe conllevar el amor del padre y de la madre, para que, pasado el primer estadio biológico, pueda proseguir el desarrollo hasta convertirse en persona. El seno de la familia es casi un requisito de la existencia.
En este sentido, la propia naturaleza revela aquí el motivo primigenio del ser humano. Éste necesita una vinculación mutua duradera. En ella, el hombre y la mujer se dan primero a sí mismos, y después también a los hijos para que éstos comprendan la ley del amor, de la entrega, del perderse. Y es que los que están siempre metidos en el nido necesitan la fidelidad posterior al nacimiento. El mensaje del matrimonio y de la familia, por tanto, es plenamente una ley de la propia creación y no se opone a la naturaleza del ser humano.
Sin embargo, nos cuesta mucho mantenerla.
Sigue siendo cierto que aquí -al igual que en todos los demás ámbitos de los que hemos hablado- existe una tendencia opuesta. Aquí hay un exceso de poder biológico. En las sociedades modernas -pero también en las sociedades tardías de épocas más antiguas, como por ejemplo en la Roma imperial-podemos observar una erotización pública que fomenta aún más los excesos del instinto, dificultando el compromiso del matrimonio.Volvamos a lo que hemos apuntado sobre las cuatro leyes. Aquí vemos dos órdenes diferentes. El mensaje de la naturaleza nos remite a una unión de hombre y mujer, que es el movimiento natural más íntimo que finalmente se convierte en humano y crea el espacio para el posterior desarrollo de la persona. El otro mensaje es que en cierto sentido también tendemos a la promiscuidad, o al menos a practicar una sexualidad que se niega a restringirse al marco de una familia.Podemos reconocer muy bien desde la fe la diferencia de estos dos planos de naturalidad. Uno se presenta realmente como el mensaje de la creación y el otro como una autodeterminación del ser humano. Por esta razón la vinculación al matrimonio siempre implicará lucha. Aunque también comprobamos que,cuando se logra, madura la humanidad y los hijos pueden aprender el futuro.En una sociedad en la que el divorcio se ha vuelto tan normal, el daño siempre recae sobre los hijos. Sólo por esto surge, visto desde la óptica filial, otra demostración de que estar juntos, mantener la fidelidad, sería lo auténticamente correcto y adecuado al ser humano.
El séptimo mandamiento: «No hurtarás». Respetar la propiedad ajena es un precepto banal. [….]
La doctrina de la asignación universal de los bienes de la creación no es sólo una idea bonita, también tiene que funcionar. Por eso está supeditada a ella la verdad de que el individuo necesita su esfera en las necesidades fundamentales de la vida y por tanto debe existir un sistema de propiedad que cada individuo debe respetar. Esto exige, por supuesto, las necesarias leyes sociales orientadas a limitar y controlar los abusos de la propiedad.Ahora vemos con una claridad antes infrecuente cómo las personas se autodestruyen viviendo solamente para atesorar cosas, para sus asuntos,cómo se sumergen en ello, convirtiendo la propiedad en su única divinidad.Quien, por ejemplo, se somete por completo a las leyes de la Bolsa, en el fondo no puede pensar en otra cosa. Vemos el poder que ejerce entonces el mundo de la propiedad sobre las personas. Cuanto más tienen, más esclavas son,porque deben estar continuamente cuidando esa propiedad y acrecentándola.La problemática de la propiedad también se observa claramente en la relación perturbada entre el Primer y el Tercer Mundo. Aquí la propiedad ya no está supeditada a la asignación universal de los bienes. También aquí es preciso hallar formas legales para que esto siga equilibrado o se equilibre.Ya ve usted cómo la palabra de respetar los bienes ajenos entraña una enorme carga de verdad. Abarca ambas cosas, la protección de que cada cual ha de recibir lo que necesita para vivir (y después hay que respetárselo), pero también la responsabilidad de utilizar la propiedad de forma que no contradiga la misión global de la creación y del amor al prójimo.
El octavo mandamiento: «No mentirás» o «No levantarás falso testimonio». […]
Pienso que la importancia de la verdad en cuanto bien fundamental de la persona hunde sus raíces aquí. Todos los mandamientos son mandamientos del amor o despliegues del mandamiento del amor. En este sentido, todos mantienen una vinculación muy explícita con el bien de la verdad. Cuando me aparto de la verdad o la falseo, incurro en la mentira, perjudico con frecuencia al otro, pero también me perjudico a mí mismo.Como es sabido, la pequeña mentira se convierte fácilmente en un hábito, en una forma de ir trampeando por la vida, de recurrir siempre a la mentira y luego enredarse personalmente en ella, viviendo de espaldas a la realidad. Además,cada vulneración de esa dignidad de la verdad no sólo rebaja a la persona, sino que constituye una grave infracción contra el amor. Porque escatimar al otro la verdad implica hurtarle un bien esencial y llevarlo por el mal camino. La verdades amor, y el amor que se oponga a la verdad se tergiversa a sí mismo.
El noveno y el décimo mandamientos: «No desearás la mujer de tu prójimo».«No codiciarás los bienes ajenos.»
Estos dos mandamientos están interrelacionados, desbordan con creces lo externo, lo fáctico, pues afectan a los pensamientos íntimos. Nos dicen que el pecado no comienza en el instante en que consumo el adulterio o arrebato injustamente la propiedad al otro, sino que el pecado nace de la intención. Por eso no basta simplemente con detenerse, por así decirlo, ante el último obstáculo, porque esto ya es imposible si no he preservado en mí el respeto íntimo a la persona del otro, a su matrimonio o a su propiedad.Es decir, el pecado no comienza en las acciones externas y palpables, sino que se inicia en su suelo nutricio, en el rechazo íntimo a los bienes del otro y a él mismo. Una existencia humana que no purifica los pensamientos, tampoco puede en consecuencia ser acorde con los hechos. Por eso aquí se apela directamente al corazón del ser humano. Porque el corazón es el auténtico lugar primigenio desde el que se despliegan los hechos de una persona. Sólo por este motivo debe permanecer, por así decirlo, claro y limpio.Cuando Moisés recibió en el monte Sinaí entre rayos y truenos las tablas de la ley, llegó la hora del nacimiento del individuo libre. Al menos así lo afirma la tesis del periodista judeoalemán Hannes Stein. Desde entonces cada ser humano tuvo que responder directamente ante Dios de sí mismo y de sus actos, ya fuera señor o esclavo, hombre o mujer. Con la alianza del Sinaí surge casi el sujeto jurídico autónomo. […].
Yo también he leído el libro de Hannes Stein y diría que aborda algo muy esencial. La dignidad de cada individuo, que, de por sí, está solo ante Dios, al que Dios habla y que en cuanto persona está afectado por las palabras de la alianza, constituye realmente el punto central de los derechos humanos —concretamente la dignidad igual de las personas– y, en consecuencia, el auténtico fundamento de la democracia.
[…].
FUENTE:
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