Del blog «FILOSOFIA CRÍTICA» copiamos, literalmente, lo siguiente:
Cheká de Sant Elies (Barcelona), donde un crematorio eliminaba los cadáveres de las víctimas «fascistas» de la represión republicana en España mucho antes de que Auschwitz existera.
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miércoles, marzo 20, 2013
El mapa del horror nazi se ensancha: la ideología del Holocausto y su propaganda necesitan urgentemente novedades editoriales
El invento de los crematorios para eliminar cadáveres producto de un exterminio masivo procede de la Rusia bolchevique. Es una de las fantásticas realizaciones humananas consecuencia de un golpe de Estado contra la República democrática rusa en octubre de 1917 y de una represión perpetrada mayoritariamente por comunistas de etnia judía, hecho que en su día denunciara el Premio Nobel Alexandr Solzhenitsyn y que el propio J. P. Sartre, filósofo y también Premio Nobel, reconoció con indisimulado orgullo meses antes de morir. Simples datos que dan mucho que pensar y, por supuesto, que no habríamos conocido nunca si ello dependiera del diario El País, sectario donde los haya. Solzhenitsyn:
Pero yo me he limitado a dar los nombres de las personas que dirijían entonces los destinos del Gulag, de los jefes de la NKVD, de los directivos de la Construcción del Canal del Mar Báltico. Aquí están los principales. Yo no tengo la culpa de que todos ellos sean de procedencia judía. No se trata de una selección artificial realizada por mí. La separación la ha hecho la historia (Alexandr Sozhenitsyn, Alerta a Occidente, Barcelona, Acervo, 1978, p. 256).
Los «principales» fueron Frenkel, Finn, Uspensky, Aaron Solts, Jacobo Rappoport, Matvei Berman, Lazar Kogan, Genrikh Yagoda… Yagoda, cuyas víctimas rebasan con mucho las de Reinhardt Heydrich o Himmler, era, por decisión de filantrópicos investigadores y periodistas sionistas, un personaje casi desconocido para la mayoría de los ciudadanos de la feliz «sociedad de consumo» antifascista. Empero, gracias a la red, los efectos del revisionismo y del negacionismo del Holocausto han sido devastadores para la propaganda sionista, hasta el punto de que se está llegando al extremo contrario de incredulidad absoluta ante todo aquello que la prensa sistémica, el «mundo de la cultura» y las instituciones oficiales puedan contarnos al respecto. El genocidio judío simplemente no habría existido, lo que es falso. Para nosotros no cabe duda alguna de que hubo persecución judía bajo el Tercer Reich y que unos 2 millones de judíos fueron asesinados o perecerieron por diversas causas (incluido el maltrato) en campos de trabajo. Los asesinatos se produjeron mediante el uso de armas de fuego en la Rusia ocupada por Alemania, y quizá en alguna ocasión se utilizó en Polonia el Diesel, el Zyklon B u otra substancia química, pero tanto el plan de exterminio sistemático con «cámaras de gas» cuanto los 6 millones de víctimas judías son una exageración de la propaganda sionista y comunista.
Hemos explicado (que no justificado) las causas del holocausto en el libro La manipulación de los indignados (2012), así como la génesis y funciones de la «ideología del Holocausto» (Norman G. Finkelstein) para encubrir los genocidios cometidos por los vencedores, sin dejar de subrayar la total impunidad de éstos hasta el día de hoy. Ante la evidencia del fraude, que está ya muy claro en las cifras de víctimas admitidas para el campo de Auschwitz (incluso oficialmente pasaron de 4 millones a 1,5 millones en 1989, no obstante, la cifra total de víctimas judías, por una suerte de efecto mágico inmune, jamás ha sido corregida a la baja), el sistema oligárquico ha financiado «nuevas investigaciones» que tienen como finalidad renovar el producto propagandístico, hacer más creible la narración sobre fascismo qua «mal absoluto» y despistar a la gente respecto de la enormidad de los «genocidios olvidados» obra del comunismo y del sionismo. Sigue, empero, siendo un dato incontestable que el mayor criminal de masas de la historia no es un fascista, sino el «progresista» Mao-Tse-tung, cuyas víctimas se cifran en 65 millones de personas, hecho que no ha enturbiado las excelentes relaciones comerciales de occidente con el régimen comunista chino durante las últimas décadas e incluso la celebración de las olimpiadas de Pekín. En Europa, la palma se la lleva el también «progresista» Stalin, con un genocidio que, como poco, afecta a 20 millones de personas exterminadas (las cifras de «afectados» y víctimas podrían alcanzar los 66 millones de personas). El problema es, por tanto, el revisionismo en todas sus formas, el simple uso de la capacidad de «pensar», cotejar y criticar la información-basura que vuelcan los amos oligárquicos en la mente de los ciudadanos, porque el análisis detenido y pormenorizado de los hechos tiende a restar fuerza a la propaganda aliada, cuyos efectos sobre la población son cada vez más ineficaces en orden a promover el odio contra aquellos disidentes identificados y estigmatizados como «fascistas». Así lo reconoce de alguna manera un artículo de El País del 8 de marzo de 2013, «El mapa del horror nazi se ensancha», donde cierto periodista de cuyo nombre prefiero no acordarme (véase enlace) sostiene que, gracias a un «estudio», habríanse descubierto por fin los «nuevos horrores» del nazismo:
El trabajo ha recopilado documentación aportada por más de 400 investigadores e incluye también relatos de primera mano de las víctimas que describen con precisión cómo funcionaba el sistema y cuál era su propósito. Para algunos analistas, el hallazgo no sólo es una herramienta fundamental para estudiosos y supervivientes sino un argumento más para combatir a los revisionistas y negacionistas del Holocausto.
Se necesita mucho dinero para pagar a 400 «investigadores». Imaginemos qué pasaría si el revisionismo dispusiera de medios equiparables. En cualquier caso, esa investigación ya sabía desde el principio aquello que era menester encontrar, qué datos considerar «relevantes» y cuáles desechar. Igual que el «nuevo» detergente Ariel, tenemos el «nuevo» Auschwitz ultra, más eficaz para lavar el cerebro de los gentiles. Fuentes admitidas son los «relatos de las víctimas» que, como premio a su celebérrima y demostrada objetividad en el tema que nos ocupa, van a conseguir la millonaria indemnización correspondiente, ingresada ipso facto en las cuentas de las organizaciones sionistas (que luego financiarán ulteriores «investigaciones» o… recursos estratégicos para la edificación del Eretz Israel). Una idea de la seriedad de este «estudio» la da ya el siguiente pasaje:
Según Megargee y Dean, entre 15 y 20 millones de personas murieron o fueron prisioneras en algunas de las instalaciones que el régimen nazi creó en Alemania o en sus países ocupados desde Francia a Rumanía, y que ahora se identifican en una gran enciclopedia cuyo último volumen está previsto que vea la luz en 2025.
Fijémonos: «murieron o fueron prisioneras». Curioso cálculo y rigurosísimo trabajo de documentación. Nada que decir sobre los 17 millones de civiles o prisioneros alemanes exterminados (13 millones), sujetos a limpieza étnica, hambrunas planificadas por Eisenhower o esclavizados durante décadas una vez terminada la guerra, es decir, en tiempo de paz. Nada que decir sobre el plan de liquidación racial del pueblo alemán, idea de un judío puesta en práctica mediante los bombardeos terroristas ingleses contra civiles y consumada por Henry Morgenthau, casualmente otro santurrón judío. Nada que decir sobre la Nakba, la limpieza étnica israelí de Palestina, perpetrada al amparo de los discursos sobre «el Holocausto» y acusando de «nazis» a niños palestinos antes de descerrajarles un tiro en la cabeza. Nada que decir sobre el gulag que precedió a Auschwitz, sobre los millones víctimas civiles alemanas del bloqueo naval inglés en la Primera Guerra Mundial, hechos anteriores a la existencia misma del nazismo y que, conviene subrayarlo, provocaron su aparición. Nada que decir sobre Hiroshima y Nagasaki, el mayor crimen de guerra después de Dresden, todo ello obras maestras «humanitarias», por acción u omisión, de los «simpáticos» filosionistas judeo-anglosajones (que luego «montaron» la O. N. U. para incumplir cuando les pluguiera sus propias resoluciones). !Reconocer todos estos hechos como genocidios, crímenes de guerra, crímenes contra la paz y la humanidad, extrayendo las consecuencias jurídicas, éticas y políticas pertinentes, sí sería algo realmente «nuevo» (por no hablar de la decencia recobrada)! Pero los fanáticos sanguinarios de la extrema derecha judía prefieren, por motivos harto interesados, continuar repitiendo la letanía de Auschwitz y ampliar el espectro de acólitos que puedan reclamar una indemnización a Alemania.
Por lo que respecta a la oportunidad de la «investigación», no parece demasiado honesto presentar como novedosas cifras que aparecen en El libro negro del comunismo, donde, pese al título, se acusó también al nazismo por la responsabilidad de 25 millones de muertes:
Hasta que comenzó la guerra, y sobre todo a partir del ataque contra la URSS, no se produjo el desencadenamiento del terror nazi cuyo balance resumido es el siguiente: 15 millones de civiles muertos en los países ocupados; 5,1 millones de judíos; 3,3 millones de prisioneros de guerra soviéticos; 1,1 millón de deportados muertos en los campos, varios centenares de miles de gitanos. A estas víctimas se añadieron 8 millones de personas condenadas a trabajos forzados y 1,6 millones de detenidos en campos de concentración que no fallecieron (El libro negro del comunismo, Stéphane Courtois et alii, Barcelona, Planeta, 1998, p. 29).
La edición francesa original de esta obra es del año 1997 y ya entonces se publicaban los cómputos de victimización que la presunta investigación difundida por El País pretende vender a bombo y platillo como un «descubrimiento». Por otra parte, si las cifras de civiles fallecidos por cualquier circunstancia como consecuencia de la guerra se suman a las cifras de un genocidio (cosa que estamos dispuestos a admitir, pero en todos los casos de genocidio y no sólo en aquellos que interese a la oligarquía sionista ventilar en términos de propaganda), el crimen de masas perpetrado por los aliados contra el pueblo alemán es descomunal, único en la historia, y las 600.000 víctimas de Iraq (2003) son también víctimas de un genocidio. Por supuesto, siempre que se trate de cargarle muertos a Hitler sin tasa ni medida bastará con afirmaciones (basadas en «relatos») o en conceptos tan confusos como «murieron o fueron prisioneros», de suerte que esos (presuntos) prisioneros se convertirán automáticamente en curiosos cadáveres postulantes, mientras olvídanse las other losses («otras pérdidas»), personas exterminadas bajo la acusación de «fascistas» o por el simple hecho de ser alemanes, las cuales parecen no existir para esos mismos «investigadores» a sueldo de Tel Aviv.
Todas las víctimas de un genocidio, sin excepción, son iguales. No nos cansaremos de repetirlo. Utilizar los muertos de un genocidio (Auschwitz) para encubrir, banalizar, justificar y dejar impune(s) otro(s) genocidio(s), constituye un acto moralmente ignominioso que debería, además, considerarse ilegal y hasta delictivo (lo es ya, pero sólo, como siempre, en cuanto se refiera única y exclusivamente al holocausto). Los «investigadores», periodistas y, sobre todo, las autoridades políticas que fomentan o permiten esta instrumentalización vergonzante de la memoria histórica al servicio del racismo de la extrema derecha judía son delincuentes y algún día tendrán que pagar por sus fechorías.
Por cada víctima del nazismo se cuentan, computados los crímenes del comunismo y de las potencias occidentales e Israel, como muy poco 10 víctimas de la oligarquía. Pero la diferencia no es sólo numérica, pues los crímenes del nazismo (que no, como se pretende, del «fascismo»), convenientemente inflados con los fines ya expuestos, juzgáronse al fin en Nüremberg en 1945, mientras que los genocidios oligárquicos permanecen impunes y sólo muy lentamente van siendo admitidos a regañadientes como tales en meras obras de especialistas desconocidas por la mayoría de la población. Para los ciudadanos, en efecto, el «fascismo» sigue siendo el «mal absoluto» y ésta es la mayor manipulación jamás cometida, la mentira más gruesa (sólo comparable a la resurrección de Cristo) salida de la boca de los peores asesinos que la historia recuerda. El periodista de El País parlortea como un robot programado sobre el «reinado de la brutalidad de Hitler entre 1933 y 1945», pero ¿cómo describir el reinado de la oligarquía bajo el cual vivimos nosotros todavía? Un tiempo oscuro que sólo acaba de empezar gracias a mendaces y cobardes cómplices del terror como, sin ir más lejos, ese mismo periodista.
Jaume Farrerons
20 de marzo de 2013
El mapa del horror nazi se ensancha
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/03/04/actualidad/1362429770_809101.html
Existen los grandes e infames nombres que siempre conformaron la cartografía del horror: Auschwitz, Dachau, Treblinka, Varsovia. Y luego viene el vasto e interminable universo de grandes, medianos o pequeños campos de concentración y guetos que formaron el corazón del régimen nazi. Ahora, un estudio elaborado por investigadores del Museo del Holocausto de Estados Unidos en Washington ha cifrado en 42.500 los centros de la tortura, el sufrimiento y la muerte pensados y puestos en marcha por los nazis.
El total es tan inmensamente superior al que se creía hasta ahora que puede que la historia del Holocausto esté a punto de ser reescrita. De hecho, el hallazgo realizado por Geoffrey Megargee y Martin Dean —principales responsables del proyecto— es de tal envergadura en los números que aporta que ha caído como una auténtica bomba entre los especialistas del horror nazi y la solución final.
Según Megargee y Dean, entre 15 y 20 millones de personas murieron o fueron prisioneras en algunas de las instalaciones que el régimen nazi creó en Alemania o en sus países ocupados desde Francia a Rumanía, y que ahora se identifican en una gran enciclopedia cuyo último volumen está previsto que vea la luz en 2025. Los lugares ahora documentados no solo incluyen centros de la muerte, sino también 30.000 campos de trabajo forzado, 1.150 guetos judíos, 980 campos de concentración, 1.000 campos de prisioneros de guerra, 500 burdeles repletos de esclavas sexuales para los militares alemanes y miles de otros campos cuyo uso era practicar la eutanasia en los ancianos y enfermos, practicar abortos y germanizar a los prisioneros.
Hartmut Berghoff, director del Instituto Histórico Alemán en Washington, explica que cuando el Museo del Holocausto comenzó esta meticulosa investigación, “se creía que el número de campos y guetos estaba en los 7.000”. Partes enteras de la Europa en guerra se convirtieron en agujeros negros de muerte, tortura y esclavismo con la creación de campos y guetos durante el reinado de brutalidad de Hitler entre 1933 y 1945. “Ahora sabemos cómo de densa fue esa red, a pesar de que muchos campos fueran pequeños y tuvieran una vida corta”, explica.
Partes enteras de la Europa en guerra se convirtieron en agujeros negros de muerte, tortura y esclavismo con la creación de campos y guetos durante el reinado de brutalidad de Hitler entre 1933 y 1945
En un principio, los campos se construyeron para encerrar a los oponentes políticos del régimen, pero a medida que el nazismo se extendía como un cáncer por Europa, no solo se dio caza a los judíos sino también a gitanos, homosexuales, polacos, rusos, comunistas, republicanos españoles… Dependiendo de las necesidades de los nazis, los campos y los guetos variaban de tamaño y de organización, concluye el estudio.
El mayor gueto de triste fama es el de Varsovia, que durante su mayor ocupación albergó a 500.000 personas. El campo más pequeño identificado ahora por los investigadores del Museo del Holocausto tenía a una docena de personas realizando trabajos forzados en München-Schwabing (Alemania).
La investigación se ha alargado 13 años, a lo largo de los cuales las cifras del horror fueron creciendo sin parar a manos de los especialistas… hasta llegar a esos 42.500. El mapa que dibujan estos números ofrece una fotografía en la que literalmente no se podía ir a ningún lugar de Alemania sin encontrarse con un campo de trabajo o de concentración.
Durante años, muchos investigadores han centrado su trabajo en sacar a la luz a todas las víctimas del Holocausto, que muchos consideraban que era muy superior a la que se cita en los libros de texto. El número de judíos víctimas del nazismo se cifra en seis millones.
El hallazgo es un argumento más para combatir a los revisionistas y negacionistas del Holocausto
La investigación no solo abre la puerta a un nuevo capítulo de lo que la terminología nazi denominó la solución final, sino que posibilitará a los supervivientes del Holocausto presentar demandas o recuperar propiedades que les fueron robadas. Hasta la fecha, muchas peticiones a las compañías de seguro eran rechazadas porque las víctimas decían haber estado en un campo del que no se tenía registro. Eso acaba de cambiar. Aunque en opinión del profesor Berghoff, decir que la historia se va a reescribir sería “una exageración”. “La historia del Holocausto y su dimensión ya se conoce de sobra. Pero estamos sabiendo nuevos detalles, lo que es muy importante y deja los contornos mucho más claros”, apunta.
El trabajo ha recopilado documentación aportada por más de 400 investigadores e incluye también relatos de primera mano de las víctimas que describen con precisión cómo funcionaba el sistema y cuál era su propósito. Para algunos analistas, el hallazgo no solo es una herramienta fundamental para estudiosos y supervivientes sino un argumento más para combatir a los revisionistas y negacionistas del Holocausto.
El caso personal de Henry Greenbaum, superviviente del Holocausto, de 84 años y que vive a las afueras de Washington, queda recogido en la investigación del Museo. Es un claro ejemplo de la amplia variedad de sitios que los nazis utilizaron para aniquilar a los que consideraban enemigos de su doctrina. Greenbaum pasa hoy sus días mostrando el Museo del Holocausto a los visitantes. En su brazo está tatuado el número que el régimen le asignó: A188991. Su primera reclusión fue en el gueto de Starachowice (en su Polonia natal), donde los alemanes le encerraron a él y a su familia junto a otros habitantes judíos en 1940. Greenbaum tenía entonces 12 años.
Su familia fue enviada a morir en el campo de Treblinka, mientras él y su hermana fueron destinados a un campo de trabajos forzados. Su siguiente destino fue Auschwitz, de donde fue sacado para trabajar en una fábrica —también en Polonia— y después enviado a otro campo de trabajo en Flossenbürg, cerca de la frontera checa. Con 17 años, Henry Greenbaum había pasado por cinco encierros distintos e iba camino del sexto campo cuando fue liberado por los soldados norteamericanos en 1945.
Fuente: EL PAÍS, 8 de marzo de 2013